17 de octubre de 2010

La tarde eterna


Quiero una tarde eterna contigo.
Esta tarde. Esta tarde será eterna si quieres, y vienes.

Recostados en la cálida penumbra
de una habitación rodeada de pestillos, rodeada de cerrojos y candados
en la que nadie puede entrar, de la que no podemos, no queremos
escapar.

Y estamos a tres metros, y me miras y estamos a tres milímetros, sin movernos del sitio. Yo leo algo, tú comentas otro algo, y yo paro de leer, y tú te callas. Y nos callamos, y nos miramos, y nuestros ojos se besan, y los cerrojos no dejan pasar al ruido ni al resto del mundo, mientras nos besamos, mientras nos amamos con los ojos.
Y luego, al cabo de uno o dos momentos (o años) me recuesto junto a ti. Y cierro los ojos. Y me dices ojalá esta tarde fuera eterna. Y yo te digo lo es. Y besas mis párpados. Me abrazas, cierras los ojos, cerramos los ojos, te duermes.

Y me duermo.

Y despierto sola en el sofá. Te intuyo entre mis pestañas, sentado en el sillón de enfrente. Tú tocas algo suavecito con la guitarra,

Te has despertado…
qué hora es
hora, qué son las horas… Igual da, esta tarde es eterna, ¿lo recuerdas?
entonces, buenas tardes
te quiero

Me quieres. Yo también te quiero a ti. No lo diré, pero lo sabes de sobra. Ambos lo sabemos.

Sigues tocando. Me acurruco en una manta. Canturreas algo casi en un susurro. Mis pies se mueven despacito al ritmo de tus dedos.

No puedo dejar de mirarte, tú miras las cuerdas de la guitarra yo me fijo en ellas también pero pronto me aburro prefiero mirar tus manos tu cara y te das cuenta me miras. Serio, como siempre. Esa seriedad tan tuya que a algunos asusta y a mí me fascina.

Vienes, y te tumbas a mi lado, y te acaricio el pelo muy despacio, y se te cierran los ojos más despacio aún. Te vas quedando dormido…

Te duermes

Mis ojos miran a las musarañas, que juguetean entre las cuerdas de tu guitarra. Apoyada en el sillón de enfrente. En esta tarde eterna.

Eterna, como nosotros.

20 de septiembre de 2010

"Patinete"

Erase una vez un patinete que quería correr la Vuelta Ciclista a España.

-Pero, ¡cómo vas a participar tú en la vuelta ciclista, Pati! –le decían sus amigos- ¡sólo eres un patinete!
-¡Pues yo quiero y quiero y quiero! –era siempre su machacona respuesta.

Tras estas discusiones, siempre le sobrevenía un estado de apatía en el que se mostraba huraño y gruñón con todos. ¿Por qué no podía participar él? Tenía dos ruedas y un manillar, como cualquier bici que se precie, y encima era mucho más ligero y aerodinámico… ¡aquello no era justo!

Cada año mandaba decenas de cartas llenas de por favores y súplicas, pero los organizadores no le tomaban en serio. ¿Un patinete en la vuelta ciclista? ¿Dónde se había visto eso?

¡Hasta que, por fin, brilló el sol! Tres días antes de la competición (que Patinete ya se había resignado a seguir desde el porche con sus amigos), le llegó una misiva por correo urgente. En ella, le informaban de que una bicicleta se había lesionado con un abrelatas, y le sería imposible participar en la vuelta ciclista de ese año. Por ese motivo, decían, hicieron una concesión a las peticiones de Patinete, permitiéndole realizar el recorrido.

Lleno de euforia, Patinete corrió a entrenar y a preparar la maleta. Llegado el gran día, tomó un autobús exprés, y partió hacia la provincia donde iniciaba la competición.

Nada más poner una rueda sobre el asfalto, los rumores surgieron a su alrededor:

-¿Estará de broma, no?
-¡Pero si es un patinete!
-Qué ridículo, ¿acaso cree que tiene alguna posibilidad frente a una bicicleta?

Haciendo caso omiso de ellos, Pati se encaminó hacia la línea de salida con decisión. Alguién alzó una pistola y… ¡Bang! Las bicis salieron disparadas por la carretera, pero el Patinete avanzó a buen ritmo, viéndolas perderse en la distancia.

En la primera cuesta abajo descendió a una velocidad vertiginosa sin necesidad de impulso, y alcanzó al grueso de los participantes. Cómo la bajada no le había costado esfuerzo alguno, la siguiente subida pronunciada le pilló con energía, y subió al mismo ritmo que las bicicletas. Ellas, extenuadas, apenas tenían fuerzas para continuar pedaleando. Comenzó una recta, y Patinete mantuvo una buena marcha.

Al final de la primera etapa había ganado cuatro posiciones.
Pasaron los días. Patinete mantuvo su original forma de competición, que daba unos resultados espectaculares. Tanto es así, que en la penúltima etapa llegó en cuarto lugar a la meta. La gente no daba crédito, y muchos participantes ya habían dejado de reírse de él desde el segundo día.

En la última jornada del Tour se masticaba la presión. Era el trayecto más largo y más difícil, pero Patinete estaba decidido a dejar su nombre en los periódicos.

Tras el disparo de salida, comenzó una terrible lucha por la medalla de oro. Era una batalla encarnizada, que pronto se tiñó de sangre. Hacia la mitad de la etapa se supo que muchas bicicletas habían desistido, estaban agotadas porque unos gamberros a sueldo no las habían dejado dormir la noche anterior. Otras tantas descubrieron que alguien había pinchado sus ruedas. Cinco habían sido descalificadas por dopaje, y a una la pillaron con un pequeño motor tras los pedales que la hacía correr rapidísimo.

En el último kilómetro, sólo quedaban Patinete y diez oponentes más. Pati estaba agotado, pero sacó fuerzas de flaqueza, y tras un intensísimo último sprint, llegó el tercero a la meta.

Los vítores más ruidosos de entre el público provenían, para su sorpresa, de una grada llena de… ¡patinetes! Tras la entrega de maillots y las fotos de rigor, Patinete volvió a casa convertido en leyenda, y fue el precursor de un nuevo deporte: la Vuelta al Mundo en Patinete.

11 de septiembre de 2010

La libélula de cuarzo (parte I)


Marietta de Salignac fue desde el principio inusitadamente aguda y despierta. A los tres años hablaba con total fluidez el francés y el alemán, lenguas maternas de sus progenitores. Aprendió a leer antes incluso de ser capaz de sostener los enormes libros que poblaban la biblioteca de su padre. Desde que tuvo permiso para sentarse a la mesa con los adultos, asombró a todos con locuaces y bien argumentadas intervenciones en temas de política, estado o economía. Fue autodidacta a la hora de aprender historia y arte, y pidió a sus padres, Condes de Salignac, un preceptor de aritmética y alquimia.

Al ser hija única, y noble, ninguno de estos inusuales caprichos le fue negado. Por deseo de su madre, tomó clases de costura y de laúd, que ella soportaba estoicamente. Su padre, por su parte, la inició en el mundo de la hípica y la cetrería. Después de los libros, no había nada que Marietta disfrutase más que montar a caballo por los bosques de su condado, o pasar horas hablando de halcones y águilas con los guardabosques al servicio de su padre.

Pero, en efecto, eran los libros los que absorbían la mayor parte de su tiempo y sus energías. En su octavo cumpleaños decidió que, a partir de entonces, sólo querría libros como regalo. Cintas, vestidos, juguetes o mascotas eran accesorios e innecesarios para ella. Su intención era tener tantos libros como días tiene un lustro. Sus padres, ambos cultos y bien instruidos para la época, mandaron orgullosos acondicionar una estancia de los aposentos de Marietta para almacenar la futura biblioteca de su hija.

Nunca consideraron que fuese un regalo descabellado o extraño. Un buen caballo no era mucho más caro que un libro encuadernado de París, y además los costes del transporte se reducían considerablemente al regalar libros.

Por tanto, en su duodécimo cumpleaños, Marietta tenía ya cuatro libros en su colección: Una biblia, una enciclopedia de arte, una Historia Francesa y un libro de poemas sobre la amistad, el amor y las batallas entre moros y cristianos. Por supuesto los había leído de cabo a rabo, y esperaba impaciente el banquete de aquella noche, la entrega de su regalo, y posteriormente la escapada furtiva a los jardines para leer toda la noche, bajo la luz de un farol, su nueva adquisición.

El libro que cayó en sus manos aquella vez era distinto de los demás. Sus padres así lo destacaron, pero era obvio que esos colores, las ilustraciones fantásticas, la adornada caligrafía y su gran tamaño hacían de él un libro muy especial. Un libro… de cuentos.


22 de agosto de 2010

Cuando diga ya

Cuando diga ya: abrirás los ojos y las montañas de agua se habrán evaporado, el humo de los volcanes se congelará, los icebergs a proa serán puro mar, todo se derrumbará y sucumbirá a nuestros pies.
Cuando diga ya... Cuando diga ya todo cambiará a tu alrededor, sólo quedaremos tú y yo, solos tú y yo, en suspenso, ¿vivos?, ¿muertos?, es igual.
Cuando digas "ya", diré ya.

26 de junio de 2010

Tarde de Estudio (parte II)

Tras algunas pesquisas familiares, me enteré de que un tío segundo de mi madre que al parecer vive en Madrid es historiador económico (hay gente para todo).

¡Benditas Páginas Amarillas! Al teléfono me contestó un señor muy viejito, con la voz gastada, que hablaba muy suave:

- ¿Diga?
- Hola, buenas tardes, ¿el señor Ignacio Cornalte?
- Sí, soy yo, ¿quién habla?
- Me llamo Pilar Campano, soy Cornalte por parte de abuela materna, de María del Carmen, usted ya la conoce… el caso es que usted es tío bisabuelo mío, y es un placer conocerle.
- Eh… Igualmente, joven, ¿y a qué se debía tu llamada, si puedo saberlo? – su voz no denotaba enfado o molestia en absoluto; más bien parecía divertido por la situación.

- Sí, verá. Lo llamaba porque me he enterado de que usted era historiador económico, y tenía algunas dudas acerca de cierta persona…
- ¡Vaya, hacía años que no tenía público a quien contar batallitas! ¿Qué dudas tienes, hija mía?-me imaginé al pobre hombre contando aburridísimos datos históricos a sus nietos, que huirían a la menor ocasión… parecía en verdad entusiasmado, y eso no pudo más que darme alas:

- Se trata de algo que he leído por ahí… al parecer hubo un antiguo economista. Bueno, en realidad en esa época no se le podría considerar exactamente un economista, pero leí que sus ideas y sus teorías sacaron imperios de la bancarrota… -me detuve, dubitativa. ¿Y si era imaginación del editor? ¿O si no había datos acerca de nada y era una mera suposición?

- Sí, continúa, ¡esto es de lo más interesante! -La suave voz del ancianito me urgió a seguir.- ¿De qué época estamos hablando?
- Pues… del Medievo, no he encontrado una fecha exacta… - silencio absoluto al otro lado- … ¿Hola… Ignacio?

- ¿Me estás diciendo que has leído algo sobre un economista medieval…? – Ahora su tono era totalmente solemne, parecía incluso atemorizado. He de reconocer que me asustó un poco. Hablé muy despacio.

- Eeh… sí, bueno, su obra estaba fechada hacia el siglo VII…-me interrumpió bruscamente

- ¿¡Eran libros prohibidos!? – al momento pareció arrepentirse de esto último – quiero decir, esto… ¿dónde has leído eso, chica, en el ordenador, o…?

- En un libro –decidí no dar más explicaciones.- El hombre se llamaba Carvech Fhörm, Carvech con uve, y diéresis en la o de Fhörm, también con hache intercalada. ¿Le suena? – Por segunda vez, no obtuve respuesta. Me imaginé a mi interlocutor sin habla, una mano tapando el auricular, la boca entreabierta y en completo silencio, mirando al infinito desde un cómodo sillón en la penumbra de un despacho antiguo... Me empezó a entrar bastante mal rollo. - ¿Ignacio… sigue usted ahí?

- Sí… -parecía otro. Su voz sonaba desorientada- ¿Qué más sabes de esto que me estás contando?
-Pues… no mucho. Eso que usted ha dicho, que no se conserva nada de su obra, porque la catalogaron de libros prohibidos, y que hay gente investigándolo sin mucho éxito… Si me da un segundo, le leo lo que he encontrado. –No contestó. Decidí interpretarlo como un sí, y volé a mi habitación a por el libro de economía. A los pocos segundos ya estaba otra vez al teléfono, moviendo a toda velocidad las páginas, hasta llegar al tema 3, página 97.
No había nada. Nada de nada. Un recuadro sobre tipos de empresa, otro acerca de los inversores extranjeros, y nada más. Rebusqué histérica por el tema, por el anterior, por el siguiente, por todo el libro… Nada. Nada en absoluto.

- ¿Ya lo has traído, niña? –Me lo decía con urgencia, parecía que había recobrado un poco la compostura. Quizá hubiese echado un traguito reparador. Debió de notar mi silencio atónito. – ¿ocurre algo? ¿Eh, niña… (cómo te llamabas…), Pilar, dime, qué sucede? –tuve que coger aire, aún seguía mirando el libro como si fuese un pequeño monstruo asentado en mis rodillas.

- No se lo va usted a creer…
- Ya no hay nada de lo que habías leído, ¿no es eso?

Me quedé definitivamente sin habla.

- No te asustes… demasiado –dijo él.- Te contaré mi teoría si juras no hablar de esto a nadie. ¿Lo prometes? – yo seguía muda, así que, soltando un suspiro, él comenzó a hablar:
(continuará)

17 de junio de 2010

Libertad


Hace media hora el mundo se ha parado. Hasta mañana por la mañana no volverá a trazar sus órbitas alrededor del sol. Todo es silencio, un silencio extraño y tenso; un silencio en el que miles de mentes interconectadas configuran una única pregunta: ¿y ahora, qué?

Llegados a la cima de esta montaña rusa, contemplamos lo pequeño que se ve todo. La noria a lo lejos, luces de colores vibrantes, personas como hormigas inmóviles allá abajo, y estamos tan altos que ni el sonido nos alcanza, todo es irreal.
Con la mirada trazamos lentamente la bajada cuasi vertical que nos espera. No sabemos qué pasará cuando la tierra vuelva a girar y avancemos un eslabón más en el carril. Estamos nerviosos.

Dirigimos otra vez la vista abajo, a la empinadísima pendiente, y sentimos cómo nuestro estómago se llena de mariposas. Es el vértigo, vértigo en el estómago… perfecto para una caída vertiginosa.

De pronto… ¡nos movemos! Lentamente avanzamos hacia el filo de la atracción de feria. Cinco centímetros nos separan de la caída al vacío. Nos miramos unos a otros, nerviosos, radiantes, llenos de vida. Cuatro centímetros. Nos empinamos un poco y miramos al abismo. Empezamos a saborear la velocidad que vamos a alcanzar. Tres centímetros.

Hacemos planes para la bajada. ¿Agarrarse fuerte? ¿Dejarse llevar?

Dos centímetros.

Prácticamente estamos verticales, no nos hace falta incorporarnos para ver el suelo… allá a lo lejos, muy lejos, tan lejos...

Un centímetro.

Sensación de ingravidez, y…

¡GRITAMOS!


Abrumadora sensación de libertad, vertiginoso descenso, sentir que ahora sólo tenemos la obligación de divertirnos, la justa recompensa a una subida tan dura…




Os deseo un feliz descenso este verano :)

11 de junio de 2010

Tarde de Estudio (parte I)

Lo siento.

De verdad. De verdad de la buena. No escribo porque ahora estoy estudiando. Tengo saturación mental y con tanta química, filosofía y economía, mis ideas son artificiales y precocinadas. Es muy fácil hacerlo fácil, hacerlo sensacionalista.

Lo único que se me ocurre por el momento es hablar sobre lo que me pasó ayer mientras estudiaba economía. Resulta ser que a lo largo de la historia se han hecho diversas teorías acerca del funcionamiento de la empresa, y que tengo que aprendérmelas todas. En esas apasionantes lides estaba yo inmersa cuando algo en el libro de texto llamó mi atención.

Probablemente sepáis de qué hablo. Es uno de esos pequeños cuadros malditos, en el margen de las páginas de los libros. Hay por ahí una Ley de Murphy sobre ellos, que viene a decir que “cuando te dicen que te los aprendas, se te olvidará estudiarlos; si no entran, los leerás por encima y será lo que mejor te sepas de todo”.

Pues bien, el cuadrito en cuestión no tenía señal alguna, ni de “entra” ni de “no entra” (como inciso, recalco que yo siempre los tacho si no entran, me da así como gustito). No recordaba para nada haber visto el cuadrito cuando me tocó estudiar el tema 3. Obviamente, lo leí:

La teoría Económica de Carvech Fhörmn:
Poco o nada se sabe acerca de éste pensador medieval anglosajón. Su obra se perdió, por ser clasificada como libros prohibidos en el siglo VII. La historia cuenta que su política económica salvó imperios de la ruina, y los hizo prosperar. Numerosos investigadores y economistas tratan aún hoy de hallar algún vestigio de su obra, sobre la cual, dicen, se asientan las bases del progreso económico global. Por ser un “economista” tan temprano, y por la poca información disponible de él, C. Fhörmn no se estudia en los temarios de economía.


Vaya...

Después de leer eso, obviamente, poco o nada pude concentrarme ayer por la tarde. Visto lo cual, decidí que sería mucho más interesante investigar un poco sobre ese señor. Ni que decir tiene que no había nada en internet...

(continuará)

7 de mayo de 2010

Reflexiones en escritura semiautomática


Cuando tu mente sea libre de ataduras, cuando seas capaz de reaccionar y descubrir lo que ocultan las palabras sin rumbo, sólo entonces tendremos los dos unos minutos de demencia para con nosotros.

Porque sólo cuando las sirenas vuelan sobre el sol somos capaces de advertir la soberana estupidez que encierran los poemas de amor.

Porque una sonrisa escarchada congela el alma a los peces, y porque una mirada certera atraviesa corazas.

Porque no sentir es no querer recordar, y no recordar es renegar del pasado, y el pasado es lo último que nos queda cuando todo está a punto de terminar.

Porque a vista de pájaro todos somos igualmente humanos, y lo humano es olvidar todo lo malo, y lo malo es el mejor tatuaje, o el más fácil de quitar, según queramos.

Porque no siempre es buena idea ser pasional, y menos aún ser racional, y menos aún intentar ser lo que no eres.

Porque con cada persona que conocemos desplegamos un abanico de posibles catástrofes, pasiones, recuerdos; pero sencillamente nos guiaremos por los instintos, y el instinto más básico nos va a decir “ama, huye, besa, muerde”, y así nos van las cosas.

Porque dejar fluir los pensamientos no es signo de demencia, y creer que esto es demente es signo de que no deberías estar leyéndolo.

Porque así serán las cosas, pero a mí que me las cuenten bien. Porque el mejor juicio será el mío, y porque el paraíso inalcanzable en este mundo es y será siempre la objetividad.

Porque por eso prefiero aprender viviendo antes que informándome.

Porque sólo cuando tu mente sea libre de ataduras, cuando seas capaz de reaccionar y descubrir lo que ocultan las palabras sin rumbo… Sólo entonces te dejaré venir conmigo a aquel lugar donde las realidades se hacen sueño.

17 de abril de 2010

Nota a Bécqer:

Hoy han vuelto las golondrinas.


Y han cambiado el color del cielo. Las Tardes Grises son ahora añiles.

Y tus viejos versos de alas negras sobrevuelan la ciudad. Comprueban que todo está en orden, navegan entre las frías nubes. Son los heraldos del cambio.

“Ya falta poco”, parecen decir, “traemos buenas nuevas del sol…”

8 de abril de 2010

Habría que pensar en esto

La televisión es el instrumento de control de masas por excelencia. Ahora piensas: “Uuf, anda que no habré leído yo veces esta frase…”

Pues atento: de cada diez personas que lean esto, sólo una se habrá parado alguna vez a meditarlo detenidamente. Piénsalo: un instrumento de control. Es perfecta para llevar a los borregos a un mismo redil, sin ovejas desbocadas que piensen más de lo necesario. Publicidad, sensacionalismo; son las dos claves del control. Modas, éxito, felicidad: lo que más nos toca. Nos tienen atados.

En televisión, casi (y digo casi) todo lleva a una sola cosa: no pensar. Apaga la tele un minuto, detente en la frase que abre este artículo, piensa en ella. Quizá tengas suerte, y seas una de esas personas que prefieren un buen libro a una hora de Caja Tonta (¡qué gran nombre!).

Me resulta incomprensible cómo alguien puede pasarse horas y horas frente a esa pantalla, tragándolo todo sin moderación, sin pensar si esta noticia es relevante, o en qué valores se está educando a mi sociedad, o si voy a sacar algo bueno de ver este programa… Sería en verdad genial que la gente tuviese inquietudes, ideas propias, afición por la lectura, gusto de aprender por aprender… Disculpad, ya vuelvo a soñar despierta... me voy a ver Gran Hermano, a ver si se me pasa.

25 de marzo de 2010

Reset

Y todo vuelve a empezar.
Otra vez.
Empiezas a andar tranquilamente. Hoy es un buen día, y todo va a salirte bien. No hace ni frio ni calor, hay poca gente en la calle y ni una nube en el cielo; pocos coches, como a ti te gusta. Algo vibrante suena en los cascos que llevas en los oídos, y estás en tu momento videoclip. Sólo el sentido común te impide ponerte a cantar, moviéndote al ritmo de la música mientras caminas.
Lo dicho, un Buen Día.

Por placer, sin buscar provocación, miras a las chicas que van pasando por tu lado. Van de compras, charlan, caminan deprisa, hablan por el móvil, ríen.

Justo entonces te fijas en una que acaba de salir de una tienda, y echa a andar unos pasos por delante de ti. Ya no sabes qué canción suena en los cascos. Viste unos tejanos, deportivas, y una camiseta roja que le queda genial. Lleva coleta, no está maquillada, ni adornada con pulseras, pendientes ni chismes. Sólo unas gafas de sol colgando de la camiseta. La chica es realmente guapa, y muy elegante, a pesar de la ropa que lleva. Te gustan las chicas así.

Saca un mp3, y como tú, se pone unos cascos XL para evadirse. Tu curiosidad empieza a ser considerable.

Llegáis a un paso de cebra, y casi no te has dado cuenta. Os paráis. Estás a un paso de ella, y ves que en la lista de música de su mp3 hay un montón de canciones que te encantan. La chica se ha dado cuenta de que la estás mirando, y te echa una ojeada rápida de inspección rutinaria. Te quedas helado. Pero algo en ti le ha hecho detener su inspección. La chica mira el libro que llevas en la mano. Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez. Te mira a los ojos,
- “Ese libro es genial”
- “Gracias”
Ella te sonríe divertida, y echa a andar. El semáforo se ha puesto en verde.

“¿Gracias?, ¡¿Gracias?! ¡Si es que soy gilipollas!” piensas. Aún no se te ha bajado el calor de la cara. Seguro que estás rojo como un tomate.

Ves a la chica misteriosa de la música guay y amante de García Márquez alejarse por la calle.
“Qué desastre.”

- Ciertamente.

¿Quién ha dicho eso?
A tu izquierda hay un hombre de edad indefinida. Tiene un aspecto totalmente normal, el pelo ni muy largo ni muy corto, ropa de calle casual y discreta; las pintas del que no quiere llamar la atención. Te está mirando con una media sonrisa entre comprensiva y compasiva.

- A veces, nos gustaría volver a vivir los momentos pasados, para hacerlos mejor, ¿verdad?
Estás sorprendido, pero, qué diablos, tu cara debe ser un cuadro, y es lógico que el desconocido se halla dado cuenta de todo.
- Pues sí, a veces lo deseo de verdad…
- Pues creo que sé cómo ayudarte. ¿Ves ese cartel de ahí?

Te señala un cartel pegado en un muro cercano. Es del concierto que un grupo de música folk va a dar en una sala bastante conocida de la ciudad, la Sala Reset. Es un cartel muy llamativo, y en primer plano destaca el símbolo de la sala de conciertos, un botón rojo en el que se lee claramente “RESET”, reinicio.
Cuando te giras de nuevo hacia el hombre, no lo encuentras por ninguna parte.

Vuelves la vista al cartel. Está a sólo unos metros de ti. Te acercas para verlo mejor, y caes en la cuenta de algo realmente extraño. El botón rojo es de verdad. Debajo está el eslogan de la sala de conciertos: “¿Quieres repetir?”

Sin pensar muy bien en lo que haces, pulsas el botón.

- - -

Y todo vuelve a empezar.
Otra vez.
Empiezas a andar tranquilamente. Hoy es un buen día, y todo va a salirte bien. No hace ni frio ni calor, hay poca gente en la calle y ni una nube en el cielo; pocos coches, como a ti te gusta. Algo vibrante suena en los cascos que llevas en los oídos, y estás en tu momento videoclip. Sólo el sentido común te impide ponerte a cantar, moviéndote al ritmo de la música mientras caminas.
Lo dicho, un Buen Día.

18 de marzo de 2010

Una tarde de Verano


El otro día pasó algo realmente extraño. Algo singular, difícil de creer.
Eran las cuatro de la tarde. Estábamos tomando el sol alrededor de la piscina, en calma total. No teníamos nada más que hacer que sentir cómo los rayos dorados nos tostaban la piel poco a poco.

Pero entonces, una nubecilla estúpida e impertinente vino a taparnos el sol. Como suele pasar, en unos segundos nuestros cuerpos estaban fríos y mustios. Bastante molestos increpamos a la nube: “¡Eh, tú, nubecita tonta! Quieres pelea, ¿no es eso? Si vas a fastidiar no seas cobarde, ¡baja si te atreves!”

Como si nos hubiera oído, empezó la nube a hincharse más y máaas… No, espera… ¡Estaba bajando! Descendía lentamente, como colgada de una polea. Vimos que en realidad no era tan grande, tenía el tamaño de un utilitario. Pero en cambio era blanca, fresca y esponjosa, como la lana de un borreguito.

Cuando estuvo a medio metro sobre la piscina, se dejó caer en bomba al agua, salpicando enormemente, y dejándonos a todos como una sopa, a la par que bastante sorprendidos. Ella quedó flotando tan tranquila, en medio de la piscina.

No recuerdo quién… pero uno de nosotros, al estar empapado, consideró que ya daba igual, y saltó sobre la nube.

Rebotó en ella, resbaló, y cayó al agua entre carcajadas.

Por supuesto, todos nos sumamos a este juego tan divertido. Buceamos por debajo, botábamos sobre ella, la arrastrábamos por la piscina. Ella se dejaba llevar a la deriva; ahora se hundía, luego emergía como un ballenato juguetón y nos salpicaba... Nuestras risas, los ruidos de los salpicones del agua y los gritos de los juegos llenaban el silencio de la calurosa tarde.

Pasó mucho rato, y, exhaustos, nos sentamos en el bordillo. Jugamos a pasarnos la nube como si fuese un barquito, y a hacerle cosquillas con los pies. La nubecilla se reía y nos tiraba bolitas de granizo…

Luego, el Sol empezó a esconderse tras el horizonte. La nube, que se dio cuenta, se quedó muy quieta un segundo. De pronto, salió del agua, y se sacudió como un perrito, salpicándonos de nuevo. Flotó unos instantes sobre nosotros, y gritó “¡Papá!” al sol. Acto seguido, echó a volar tras él. La vimos partir y perderse de vista entre sus hermanas.

10 de marzo de 2010

Alguien dijo una vez:

Ideario:
No esperes a las ideas brillantes. Deja que te sorprendan dulcemente, o de forma estrepitosa e inesperada. No pretendas lograr algo espléndido con una mente seca. La paciencia da siempre sus frutos. Madura tus ideas, mímalas, dales forma en la mente. Sólo entonces estarán listas para salir del cascarón, y deslumbrar al mundo.

6 de marzo de 2010

Tardes Grises


Tardes grises. La luz llena la habitación hasta la mitad. El humo de los coches asciende hasta las nubes, que dejan entrever un cielo níveo y frío, perlado, opaco, tras el que quizá se oculte el sol.

Llovizna. Paraguas en las avenidas. Ropas abrigadas y oscuras, manos frías. Ánimos fríos. Luz de tarde, sombras grises, edificios parduzcos, aburridos, tirados por las calles.
En el horizonte hay grúas azules. El río está quieto. Es del mismo color que el cielo.

El asfalto húmedo resuena con algunos tacones y muchos coches, que tímidamente aportan el color al cuadro de la tarde.

Los jóvenes estudian, y observan tras los cristales de sus ventanas.

¿Saldrán más tarde? Quizá de noche, cuando no haya luz… Hoy la luz desde luego no acompaña.

21 de febrero de 2010

El mensaje

“Abre tus ojos, Humano. Observa tu alrededor, ¿qué ves?


Montañas, árboles, el cielo, los ríos, los pájaros. Todo esto te pertenece, es el regalo que yo, la Vida, te doy.

Los amaneceres cargados de luz, las noches de luna llena, las olas de los mares, los insectos, los veranos de fuego, su calor, los crudos inviernos, el viento, las nubes.

El cielo rojizo del atardecer, el silencio de las cavernas, el bullicio de las costas. El don de poder oír, ver, tocar, oler y saborear todo esto.

Asimismo, te doy la capacidad de razonar, de crecer, de mejorarte a ti mismo, de hacer felices a otros, de amar y de vivir plenamente los años de que dispones para disfrutarlo todo.

Y lo más importante, te doy la superioridad con respecto a los demás. Eres la excelencia biológica de mi obra, y, por eso, a ti te corresponde reinar sobre las demás especies. Pero, a su vez, tienes el deber de velar por el equilibrio y la armonía a tu alrededor.

Humano, eres el rey de la Naturaleza. A cambio del maravilloso regalo que te otorgo, sólo te pido esto: sé un soberano justo.”


Milenios después de escribir este mensaje (ya perdido en los anales del tiempo), la Vida se desengañó; se sintió herida y traicionada por los humanos, que no habían sabido apreciar lo que tenían. Llena de odio, la vida provocó plagas, enfermedades, desastres naturales… Pero era demasiado tarde ya. El Humano se había vuelto más fuerte que ella.

Ahora, contempla impotente cómo el regalo de los humanos se echa a perder. Sin poder hacer nada, desamparada, triste y sola, siente que se va apagando poco a poco…

8 de febrero de 2010

Mi Musa



Oh, mi Musa, a tí te hablo. ¡Vuelve a mí! Sólo soy una concha vacía. En mi interior resuena el eco de lo que fui gracias a ti. Mi Musa…

Mi desvelo, mi razón de ser. La causa de mis despertares alegres, o sumidos en desdichas. El potente faro en medio de mis tinieblas, que me alumbra y me lleva de la mano por lugares de mi mente desconocidos incluso para mí.

Eres aquella que saca lo mejor de mis entrañas. A veces te invoco, más tan sólo creo estúpidas farsas sin sentido ni valor. No merezco tu compañía, pero contigo soy tan gozoso… Nunca me abandones, Musa de mi Vida, te ruego que siempre estés junto a mí.

Juro seguirte siempre, si accedes a mi súplica. Juro llevarte conmigo a todas partes, en cada momento de mi vida; juro dejarlo todo si siento que me llamas. Juro vivir por ti, y por ti morir, si hiciese falta.

Porque eres tú, mi Musa, aquello que todos ansían e invocan. Eres dócil, pero firme a la vez. Con la persona indicada, logras lo que nadie puede hacer en soledad; creas maravillas, arte, vida, luz, magia… Tu persona etérea se desliza por los recovecos de nuestras mentes, y en ellas haces florecer la Belleza más absoluta.

Y después, nos ayudas a dar forma a nuestras fantasías.

Oh, mi Musa; te llaman “Inspiración”…

Ven a mí, ya no tardes.

23 de enero de 2010

Hoy

Hoy la vida nos llena.

El viento nos acompaña

Los planetas giran a nuestro alrededor

Las sombras se suceden a nuestros pies.

Hoy flotamos a diez centímetros del suelo. Hoy somos poderosos, omnipotentes. Podemos mover las montañas sólo con imaginarlo, hoy la claridad nos ciega y sin embargo estamos más lúcidos que nunca. El ansia de volar nos domina por completo, nuestra mente está lejos de todo.

El sabor de aquel beso vuelve a nuestros labios.

Hoy somos ligeros, flotamos como el humo de un cigarrillo,

Nos consumimos deprisa y cada vez somos más libres.

Cada vez más…

Más ligeros…

Hoy somos libres.

6 de enero de 2010

No sabe a dónde va (el tren)


Ha cogido el primer tren de la mañana. Hoy deja la Gran Ciudad. Su dedo traza la silueta del horizonte en el cristal de la ventanilla. Fábricas, humo, prados, montes. El Pasado. Todo queda atrás.

Lleva poco equipaje. Algo de abrigo, dinero, consejos, expectativas. Lo justo y necesario para empezar de nuevo.

Aún no sabe a dónde va. Sólo sabe que no quiere olvidar de dónde viene, porque es todo lo que le queda. Pero no va a mirar atrás.

La última estación está a punto de aparecer tras la curva. Ya es noche cerrada.

Coge su maleta y sale hacia la incierta noche. No sabe a dónde va.