Anoche soñé que a la humanidad le
llegaba su merecido. Caminaba por las calles de una ciudad apenas poblada,
silenciosa, inquietamente tranquila. No
recuerdo la hora. A mi lado, un compañero de periplos, ¿un amigo? ¿Mi pareja?
Nunca lo sabré. Sin rostro, sólo su presencia perenne junto a la mía.
Decía que
andábamos por aquella ciudad el uno junto al otro. No teníamos prisa, pero
tampoco nos demorábamos en pararnos a observar el entorno. Ambos
llevábamos puestos nuestros auriculares, escuchando cada uno su música,
aislados pero acompañándonos mutuamente, plenamente conscientes de la presencia
del otro.
A nuestro alrededor, un extraño
espectáculo. Las escasas personas por las aceras marchaban ralentizadas, con
grotescos movimientos mezcla de desesperación y un misterioso estado de ensueño
perpetuo. Daba la sensación de que querían correr pero algo en su cabeza les
obligaba a detenerse; se movían como sumergidos en barro. Los coches pasaban
raudos a nuestra derecha, en su interior había más gente
como nosotros, sin aparentes problemas de movilidad. Parecían no obstante nerviosos, claramente apresurados por llegar a quién sabe dónde.
Los autómatas a pie no parecían
reparar en nosotros. En mi ensoñación, y entre las melodías que llenaban mis
oídos, alcancé a oír que mi acompañante me gritaba algo.
-
¿Qué? ¿Qué has dicho? –clamé sobre la voz del cantante
-
¡Que ya entiendo lo que ocurre!
- ¡¿Cómo?!
-
¡Qué sí! ¡Están todos anulados! ¡Tienen la mente y el cuerpo en punto muerto!
Más
tarde, ya en calma y en nuestra guarida, me desarrolló su teoría más
pausadamente.
-
Verás, yo creo que a lo largo de los últimos años las personas han decidido no
usar la cabeza, ir a lo fácil, ¿me entiendes? Como quien pasa horas frente al
televisor, no quiere leer, escucha música monótona, qué se yo, cosas así.
Últimamente la gente no tiene inquietudes, se aburren por cualquier motivo,
viven pegados a sus pequeñas pantallas y desarrollan ansiedad si no tienen Internet, se ahogan en la rutina. Me parece que lo que ha pasado es que, de
tanto no usar el cerebro, éste ha entrado en un estado de suspensión tan
intenso que ha paralizado a sus cuerpos. Se han convertido en cascarones vacíos
que aún no han perdido del todo sus capacidades. Algunos ya son meros
vegetales, otros todavía consiguen articular palabras sencillas. Es un estado
degenerativo global o algo así, ¿no te parece?
-
¿Y los coches, las motos que vimos antes? Esa gente está igual que nosotros, ¿no?
-
Creo que sí, pero aún no se han dado cuenta de lo que ocurre. Están asustados,
saben que antes o después les tocará a ellos. De hecho antes o después tú y yo
nos volveremos nulos también.
-
O tal vez no. Debe haber alguna forma de evitarlo, la cuestión es ¿cómo?
Desde aquél día, para evitar la
aniquilación de nuestra personalidad nos propusimos mantener a nuestra mente
activa en todo momento. Empezamos por habar, hablar a todas horas, contarnos cosas,
anécdotas, sueños, cualquier novedad que aflorase en nuestra cabeza, nuevos
pensamientos o teorías. Al realizar tareas rutinarias o instintivas como
caminar, siempre escuchábamos música, cada día algo nuevo, en todos los idiomas
posibles. Tratábamos de aprender cada día un juego de mesa distinto, o practicar
nuevas recetas de cocina, tal vez contar las hojas de un arbusto, hacer el
amor, incluso escribir poemas ridículos. Y hacer deporte, mucho deporte, hablar
en verso. Vimos cine de toda clase, leíamos de todo, a todas horas, en
cualquier sitio. Manteníamos cuerpo y mente en un perpetuo estado de actividad hasta
caer rendidos de sueño. Y al dormir creíamos sentir los chispazos que se
producían dentro de nuestra cabeza al regenerarse nuestras conexiones
neuronales; al asimilar todo lo aprendido. Los años pasaban rápidos, siempre teníamos
ganas de más, cada vez nuestras mentes daban de sí más y más y más. Afuera todo
era igual, todo iba a peor... Fue
entonces cuando desperté.