4 de diciembre de 2014

Como agua de diciembre

Yo querría ser agua, el agua con que acompañas tu vida.
La lluvia mansa que bese tus mejillas y anide en tus pestañas.
La corriente marina que te sostenga a flote, quiero ser la ola que te empuje hacia lo alto
Quiero ser el lago en que bucees,
El agua que refresque tu frente en llamas, el té hirviente que se deslice por tu garganta y te haga entrar en calor.
Querría ser el murmullo del arroyo que te adormece, la fuente termal que te abrigue, el géiser que te maraville.
Los copos helados que con la boca trates de cazar al vuelo, el aguanieve que en su lenta caída te mantenga hipnotizado por horas.
El sudor que emane de tus poros. El agua tibia que limpie cada parte de tu cuerpo.
El hielo que hagas crujir entre tus dientes y te fuerce a reír.
La niebla helada que se cuele hasta lo más profundo de tus huesos. Quiero ser la inmensidad del mar, ése mar azul con el que sueñas y al que siempre deseas volver.


Todo eso querría yo ser. Porque para mí tú ya lo eres, porque tú me sacias. Porque eres el agua con que acompaño mi vida.

5 de octubre de 2014

La mente anulada

            Anoche soñé que a la humanidad le llegaba su merecido. Caminaba por las calles de una ciudad apenas poblada, silenciosa, inquietamente  tranquila. No recuerdo la hora. A mi lado, un compañero de periplos, ¿un amigo? ¿Mi pareja? Nunca lo sabré. Sin rostro, sólo su presencia perenne junto a la mía. 

           Decía que andábamos por aquella ciudad el uno junto al otro. No teníamos prisa, pero tampoco nos demorábamos en pararnos a observar el entorno. Ambos llevábamos puestos nuestros auriculares, escuchando cada uno su música, aislados pero acompañándonos mutuamente, plenamente conscientes de la presencia del otro.

            A nuestro alrededor, un extraño espectáculo. Las escasas personas por las aceras marchaban ralentizadas, con grotescos movimientos mezcla de desesperación y un misterioso estado de ensueño perpetuo. Daba la sensación de que querían correr pero algo en su cabeza les obligaba a detenerse; se movían como sumergidos en barro. Los coches pasaban raudos a nuestra derecha, en su interior había más gente como nosotros, sin aparentes problemas de movilidad. Parecían no obstante nerviosos, claramente apresurados por llegar a quién sabe dónde.

            Los autómatas a pie no parecían reparar en nosotros. En mi ensoñación, y entre las melodías que llenaban mis oídos, alcancé a oír que mi acompañante me gritaba algo.
- ¿Qué? ¿Qué has dicho? –clamé sobre la voz del cantante
- ¡Que ya entiendo lo que ocurre!
- ¡¿Cómo?!
- ¡Qué sí! ¡Están todos anulados! ¡Tienen la mente y el cuerpo en punto muerto!



Más tarde, ya en calma y en nuestra guarida, me desarrolló su teoría más pausadamente.

- Verás, yo creo que a lo largo de los últimos años las personas han decidido no usar la cabeza, ir a lo fácil, ¿me entiendes? Como quien pasa horas frente al televisor, no quiere leer, escucha música monótona, qué se yo, cosas así. Últimamente la gente no tiene inquietudes, se aburren por cualquier motivo, viven pegados a sus pequeñas pantallas y desarrollan ansiedad si no tienen Internet, se ahogan en la rutina. Me parece que lo que ha pasado es que, de tanto no usar el cerebro, éste ha entrado en un estado de suspensión tan intenso que ha paralizado a sus cuerpos. Se han convertido en cascarones vacíos que aún no han perdido del todo sus capacidades. Algunos ya son meros vegetales, otros todavía consiguen articular palabras sencillas. Es un estado degenerativo global o algo así, ¿no te parece?
- ¿Y los coches, las motos que vimos antes? Esa gente está igual que nosotros, ¿no?
- Creo que sí, pero aún no se han dado cuenta de lo que ocurre. Están asustados, saben que antes o después les tocará a ellos. De hecho antes o después tú y yo nos volveremos nulos también.
- O tal vez no. Debe haber alguna forma de evitarlo, la cuestión es ¿cómo?

            Desde aquél día, para evitar la aniquilación de nuestra personalidad nos propusimos mantener a nuestra mente activa en todo momento. Empezamos por habar, hablar a todas horas, contarnos cosas, anécdotas, sueños, cualquier novedad que aflorase en nuestra cabeza, nuevos pensamientos o teorías. Al realizar tareas rutinarias o instintivas como caminar, siempre escuchábamos música, cada día algo nuevo, en todos los idiomas posibles. Tratábamos de aprender cada día un juego de mesa distinto, o practicar nuevas recetas de cocina, tal vez contar las hojas de un arbusto, hacer el amor, incluso escribir poemas ridículos. Y hacer deporte, mucho deporte, hablar en verso. Vimos cine de toda clase, leíamos de todo, a todas horas, en cualquier sitio. Manteníamos cuerpo y mente en un perpetuo estado de actividad hasta caer rendidos de sueño. Y al dormir creíamos sentir los chispazos que se producían dentro de nuestra cabeza al regenerarse nuestras conexiones neuronales; al asimilar todo lo aprendido. Los años pasaban rápidos, siempre teníamos ganas de más, cada vez nuestras mentes daban de sí más y más y más. Afuera todo era igual, todo iba a peor... Fue entonces cuando desperté.

19 de enero de 2014

Un insomnio con humor para llevar (a la cama)


Sólo quiero DORMIR, pero está claro
que no es a mí a quien decidir le toca,
y aburrida juega mi mente loca
a imaginar... que otea desde un faro.

Ya un verso por el Este se aproxima,
vuela esquivando el viento huracanado...
Mas temo que no exista aún el tornado
capaz de echarme hoy el sueño encima.

Recordando ése sueño que no tengo,
ya ni me atrevo a entrecerrar los ojos,
no sea que un demonio a sus antojos
                       venga por mí, si ve que yo no vengo.

Pues sé de buena tinta, y no lo invento,
que si a la fuerza trato de dormirme,
poco tardan mis males en batirme,
augurando un mal fin para éste cuento.

Vuela exhausta mi mente hace ya millas,
se refleja el pesar en mi faz triste...
Y es que hoy no estoy de humor para más chistes,
¡pero tampoco para pesadillas!




17 de septiembre de 2013

Por encima del hombro

        Entre las agujas de pino silbaba (hará un mes de esto) el viento. Se recreaba paseando el parque sin prisa por marcharse, revolviéndonos el cabello y de paso las ideas. Diría que los sauces salieron levemente de su ensimismamiento, y a lo lejos los veíamos bailando. Un ritmo ancestral.

Mecía la brisa
a las hojas dormidas,
que se dejan llevar,
llevar,
y volar…

Fue entonces cuando en retrospectiva comprobamos cómo había ido pasando el tiempo desde la última vez que nos asomamos por encima del hombro. Y pensamos en qué nuevo salto queríamos dar. Los bares oscuros ya no nos inquietaban porque se habían convertido en el hogar de nuestras ansias contenidas.

 *     *     *

Aterrorizados, nos percatamos ahora de que durante toda nuestra vida, desde que nacimos, hemos estado ahogando nuestros antiguos recuerdos con el peso de los nuevos. Desesperados por tapar las fugas tratamos de abrir la mente, para lo cual cerramos los ojos (¿nunca nadie se preguntó el porqué?). Y nos parece sentir que es una corriente de brisa desértica, cálida, la que ataca al cúmulo de hojas secas desde la base, y las eleva en un vuelo aleatorio; cascada de ideas borrosas y memorias en cuyas tibias aguas nos calamos y nos dejamos arrastrar, adormecidos.
   
Y después me encontré sola donde estoy, sin saber qué decir. Por no saber qué pensar, por no saber ni sentir… Porque me aterroriza no sentir nada. Darme cuenta de que no siento nada; nada más que el cambio. Preferiría apenarme pero tengo miedo. Miedo al auto desprecio, a no recordar lo importante, a vivir de paso, a no ser trascendente.

No quiero guías de auto-ayuda, quiero amigos que me conozcan. Quiero volar lejos pero en el fondo nunca sola. Quiero que llegue la noche y encontrarte, seas quien seas, estés donde estés.

Quiero además estar allí cuando logres tus sueños. Y volaremos a tu casa, a tu planeta, dormiremos cada día en la copa de un árbol distinto.