28 de marzo de 2012

¿Amas vivir?

       Un, dos. Uno, dos. Para. Escucha. Lo que oyes será lo que sientas, muévete y camina porque no hay nada más que te apetezca hacer. Brotando de tu pelo nacen flores que se elevan alto, muy alto, hacia el cielo, suben y suben,  y se unen a las nubes, blancas. Tu piel es blanca y se tiñe de azul cuando te adentras en el agua. Y caminas por caminar, por sentir, por no parar, por mirar, por aprender… ¿por qué no? Por seguir sintiendo las vibraciones en tus oídos, es tan natural, camina, no pares, escucha, siente, cierra los ojos, abre los brazos, aférrate al aire, es lo único que jamás te va a faltar.

       Navega, bucea, salta, grita, pronuncia poemas largos como los días sin sol y canturrea canciones en lenguas imaginarias.

       Entrevista a un pájaro, mordisquea labios ajenos, acércate a una ventana y adivina la historia de cada persona que entreveas por las cortinas. Colócate con los versos de los poetas malditos. Improvisa, piensa mal y acierta. Rasga pliegos de papel con cuchillas afiladas, desángrate en una piscina de agua salada.

      Atraviesa umbrales oscuros y tenebrosos, salta desde la ventana a la calle y no vuelvas hasta el amanecer. Vive y respira. Continúa caminando, caminando sin pausa, al ritmo de la música. Cierra los ojos, no vas a tropezar, así que lánzate, déjate llevar y baila en la oscuridad de tus párpados cerrados. Y escucha la vida. Estalla en los aviones bolsas de confeti. Cumple ritos ancestrales en sectas desconocidas.

        Contempla a las almas perdidas que te rodean y compadécete de ellos un segundo. Y luego grítales, grítales por no atreverse a vivir y apreciar como tú vives y aprecias. A experimentar como tú experimentas. No hace falta más droga que las corrientes químicas que saltan de neurona en neurona. Así que ríete de ellos porque no te comprenden, ríe a carcajadas de su miopía y grita: TENGO MAS VIDA EN LA PUNTA DE MIS DEDOS QUE LA QUE NINGUNO DE VOSOTROS SERÁ CAPAZ DE EXPERIMENTAR JAMÁS.

1 de marzo de 2012

Back down south

      El sol comienza a ponerse tras las colinas doradas, pero no sentiremos frío hasta dentro de muchas, muchas horas. Las lucecitas del camping de caravanas del otro lado del río se van encendiendo y titilan. Leves y suaves, acariciando las lomas de tierra quemada. Parece que los últimos rayos solares son los más intensos. Se zambullen en nuestras pupilas a través del flequillo, hacen que lo percibamos todo de un modo brillante, y cálidamente irreal. La brisa nos mantiene ensimismados. Allá a lo lejos, donde aún queda sol y todo es verde y azul se distinguen las siluetas de los demás, que vuelven del pueblo cargados de bolsas. Respiramos, alcanzamos esa mágica hora en la que las cigarras quedan mudas y todo es silencio. El mar de pastos se mece con el viento. Despacio. Muy despacio, en un continuo zigzag hipnótico. Aún quedan abejas torpes. Temerosos de la plácida noche, los últimos pájaros rezagados se encaminan aprisa hacia el oeste.

     Ante semejante panorama, no queda otra que llevarnos la botella a los labios una vez más. Una blanca silla de jardín y esa cerveza es todo lo que necesitamos para vivir.

     La paz queda rota cuando, a cincuenta metros, el sonido de las bicicletas y los gritos de los demás se hacen audibles. Nos limitamos a sonreírles, y nos levantamos pesadamente. Caminando hacia ellos, damos la espalda al ocaso, frente a frente con la gran noche que nos espera.