Las estelas de nubes blancas se cruzaban en el cielo. Se entretejían, asemejando una red en la que los pájaros cautivos del atardecer se movían nerviosos. Sabedores de su encierro se resignan, y planean hasta posarse en los tejados.
De cara al último sol dorado de la tarde, desde lo alto de una azotea coronada de antenas de televisión, algunos gatos otean a lo lejos. Quizá miran a los pájaros. Quizá a la reja de nubes que alguien ha regalado hoy a esta vieja y cansada ciudad.
Mira… ¿Ves ese cielo azul, allá a lo lejos? Tras los barrotes de blanco vapor de agua… ¿lo ves? Nunca será tuyo. Pero siempre podrás soñar con él.
¡Ay, pobre Ciudad! Pobre, vieja, triste y cansada Ciudad. Tus viejos edificios, tus tristes avenidas y tus cansados habitantes.
No llores. Mira, ya viene el río, contándote historias del Este. Tranquila, ya se va el sol. Dentro de poco dejarás de ver esas rejas blancas.
Duerme, Ciudad, arrullada por los coches y bañada por la luna. Con el nuevo día olvidarás la noche, y con la noche olvidarás el día, y pasarán los años y finalmente olvidarás quién eres.
Y poco a poco, el sol se despedía de nosotros, pero sólo los gatos y yo nos dimos cuenta. Y la luna ni tan siquiera se molestó en salir.
Mañana será otro día… Otro día más...