17 de octubre de 2010

La tarde eterna


Quiero una tarde eterna contigo.
Esta tarde. Esta tarde será eterna si quieres, y vienes.

Recostados en la cálida penumbra
de una habitación rodeada de pestillos, rodeada de cerrojos y candados
en la que nadie puede entrar, de la que no podemos, no queremos
escapar.

Y estamos a tres metros, y me miras y estamos a tres milímetros, sin movernos del sitio. Yo leo algo, tú comentas otro algo, y yo paro de leer, y tú te callas. Y nos callamos, y nos miramos, y nuestros ojos se besan, y los cerrojos no dejan pasar al ruido ni al resto del mundo, mientras nos besamos, mientras nos amamos con los ojos.
Y luego, al cabo de uno o dos momentos (o años) me recuesto junto a ti. Y cierro los ojos. Y me dices ojalá esta tarde fuera eterna. Y yo te digo lo es. Y besas mis párpados. Me abrazas, cierras los ojos, cerramos los ojos, te duermes.

Y me duermo.

Y despierto sola en el sofá. Te intuyo entre mis pestañas, sentado en el sillón de enfrente. Tú tocas algo suavecito con la guitarra,

Te has despertado…
qué hora es
hora, qué son las horas… Igual da, esta tarde es eterna, ¿lo recuerdas?
entonces, buenas tardes
te quiero

Me quieres. Yo también te quiero a ti. No lo diré, pero lo sabes de sobra. Ambos lo sabemos.

Sigues tocando. Me acurruco en una manta. Canturreas algo casi en un susurro. Mis pies se mueven despacito al ritmo de tus dedos.

No puedo dejar de mirarte, tú miras las cuerdas de la guitarra yo me fijo en ellas también pero pronto me aburro prefiero mirar tus manos tu cara y te das cuenta me miras. Serio, como siempre. Esa seriedad tan tuya que a algunos asusta y a mí me fascina.

Vienes, y te tumbas a mi lado, y te acaricio el pelo muy despacio, y se te cierran los ojos más despacio aún. Te vas quedando dormido…

Te duermes

Mis ojos miran a las musarañas, que juguetean entre las cuerdas de tu guitarra. Apoyada en el sillón de enfrente. En esta tarde eterna.

Eterna, como nosotros.