28 de noviembre de 2009

Hoy me he propuesto conseguirte

Hoy me he propuesto conseguirte. Ganarme tu boca. Hoy voy a hacer lo que sea necesario para terminar contigo.

Seré tu sombra, y tu luz. Te hablaré, te ignoraré, te miraré de reojo.

Te escrutaré de hito en hito, te analizaré detalladamente. Actuaré de forma casual, de forma misteriosa, de forma dulce, divertida, atrevida, friki. Sofisticada. Pasota. Elegante. Actuaré de la forma que en cada momento llame más tu atención.

Hoy me he propuesto enamorarte. Me escucharás canturreando una de tus canciones favoritas. Mientras hablamos me llamarán al móvil. ¡Ups! tengo que contestar.

Me iré a casa temprano. Se me echará de menos algún fin de semana.

Me reiré en alto. Me quedaré muda durante horas. Seré sociable. Seré insoportable. Charlaré con todos menos contigo. Estaré deprimida y sola en un rincón.

Hoy me he propuesto que pienses en mí. Caminaré sola por delante de los demás. Tontearé con los tíos. Te emparejaré de coña con mis amigas. Te trataré como a un niño chico.

Tendrás ganas de verme. Seré cruel contigo.

Te desesperarás si paso de ti. Te llamaré para charlar un rato sin motivo alguno.

Un día hablaremos de mil cosas durante una hora entera apartados de los demás, hasta que la persona más inoportuna del mundo nos interrumpa. Me iré a otro rollo. Y te habré sabido a poco.

Lo demás… lo demás llegará solo.

Porque hoy me he propuesto conseguirte.

13 de noviembre de 2009

La Prima Ballerina (parte IV)

Víktor no volvió a casa. Visitó a la directora del teatro, ya entonces una buena amiga; deambuló por Moscú, comió algo en un puesto callejero… Al anochecer volvió al Bolshoi, a la buhardilla donde había dormido la noche anterior.

Nada más entrar vio que todo estaba cambiado. Una estufa de carbón caldeaba la estancia. Había a su lado unos lujosos sillones de chintz que incitaban al reposo. En un rincón vio un lecho con pesados cortinajes rojos. Había también un lavamanos, una mesilla, un gran armario… Todo decorado con sumo cuidado y buen gusto, a pesar de ser ligeramente anticuado. Un quinqué colocado estratégicamente junto a las butacas irradiaba una tenue luz que bañaba la habitación de manera sumamente acogedora. Y, sentada en el borde de la cama, Víktor vio la figura de una joven, que le contemplaba largamente sin ningún reparo.

Maia Rodanosk se levantó y dirigió una mirada a los sillones. Al lado de uno de ellos había una pequeña mesilla con té recién hecho. El olor a té de manzana era embriagador. Víktor, comprendiéndola, se encaminó hacia las butacas y se dispuso a servir el té. Mientras, Ella se fue acercando muy despacio, y se sentó en el sillón más alejado de Víktor.

Transcurrida media hora, él creía que no iba a aguantar más aquel silencio; roto únicamente por el tintineo de las cucharillas de plata contra las finas tazas. Fue entonces cuando ella empezó a hablar. Su voz, como su rostro, era atemporal. En ella se percibía un profundo dolor, aunque sus palabras corteses tratasen de ocultarlo.

- Bienvenido seas a mi hogar. Espero que halles todo aquí de tu agrado – su voz parecía necesitar oír un sí por respuesta.
- Gracias. Claro, es una estancia muy acogedora, muy hogareña – Ella no dijo nada – Usted perdone, pero…
- Por favor, háblame de tú. ¿Cuántos años crees que tengo? – Víktor la contempló sin saber cómo contestar a eso. Se hizo una pausa- Veintidós. ¿Cuántos tienes tú?
- Yo... yo tengo veintisiete, pero tú… tú eres…
- ¿Sí? -ella le miró con cierta displicencia, removiendo los posos de té con la cucharilla.
- Tú eres aquella bailarina, Maia Rodanosk, estoy seguro de que lo eres. -¡No! ¿por qué habría dicho eso? ¿por qué lo habrá soltado todo de golpe? Viendo que ella no reaccionaba, intentó continuar- Pero tú no… es decir: ¿Cómo puede ser?
- Entonces, ya lo has descubierto… Entiendo –Maia no cambió su expresión inescrutable.

Víktor creyó volverse loco intentando adivinar sus pensamientos. El misterio que irradiaba aquella joven le tenía tan fascinado que no se le ocurrió pensar que fuese extraño estar sentado ahí en plena noche, hablando con un fantasma. Ella siguió hablando.

- Sí, soy exactamente quién crees que soy, pero no puedo responder a tus dudas. Yo misma desconozco el motivo de por qué me… “quedé”. Únicamente recuerdo aquella masa roja precipitándose sobre mí, descuartizando mi triunfo final…

Víktor trató de que su mirada no se desviase hacia las cortinas del lecho, las mismas sobre las cuales él había dormido la noche anterior. Ya no tenía duda alguna, eran los vestigios del antiguo gran telón del Bolshoi.

Maia continuó hablando. Le contó que, al no haber podido terminar su actuación en su noche triunfal, había matado a todas las demás bailarinas por celos, si ella no tenía la fama que merecía, las demás tampoco. No se arrepentía de nada, pues la furia por la injusticia de su destino la cegaba. No le permitía ver más allá de su propio dolor.

Víktor escuchaba sin pronunciar palabra alguna. Ella daba inequívocas señales de haber mantenido sus sentimientos reprimidos por demasiado tiempo. Ya no le miraba a la cara. Su vista vagaba por el infinito, probablemente en imágenes de su pasado. Ahora estaba explotando, dejándose llevar por la corriente de sus recuerdos y sus pasiones. Maia pareció leer su mente en un momento determinado. Inmediatamente se ruborizó, y cambió su tono por uno evasivo.

- No sé por qué te cuento todo esto. Nunca lo había hecho antes… Dios, debes pensar que soy una fanática o algo peor… Será mejor que te marches… - Él no se inmutó, siguió mirándola a la cara, lo que la hacía sentirse incómoda. Víktor, en realidad, estaba fascinado con ella. – Por favor… vete.

Era un ruego. Irse. Eso era lo último que él querría hacer. No sabía qué era lo que tenía esa mujer, o su espíritu, pero le mantenía atado al mullido sillón. Todo en la estancia le mantenía atado. Especialmente Ella. Lentamente, como despertando de un sueño, se levantó, y se arrastró por el pasillo. Ella no se movió. Bajó los andamios, y se encontró a sí mismo saliendo a la fría madrugada rusa, con el sabor del té de manzana aún caliente en la garganta.