3 de octubre de 2009

La Prima Ballerina (parte III)

La directora del Bolshoi alargó cautamente la mano hacia uno de los preciosos trajes. Cogió un trozo de manga bordada, pero rápidamente lo soltó con un grito. Se había pinchado con una aguja que sobresalía entre los frunces. El súbito dolor le paralizó la mano, y de pronto se mareó, teniendo que sostenerse en Viktor. Él la llevó rápidamente al médico más cercano, y veló a la mujer durante una noche que se hizo eterna. La enferma se debatió entre la vida y la muerte, pero al fin, a la semana siguiente, consiguió salir por su propio pie del lecho.

Viktor empezaba a sospechar que aquella historia iba más allá de un simple caso de asesinatos en serie. Volvió a su pequeño ático alquilado en el centro de Moscú, e intentó en vano conciliar el sueño. No lograba quitarse de la cabeza la imagen de los trajes de Maia Rodanosk, incluso se sorprendió imaginando el frágil cuerpo de la bailarina dentro de ellos. Esa noche, entre vueltas de sábana y desvelos, soñó a ratos con el rostro de una bellísima mujer. No le cupo duda de quién era Ella.

A la mañana siguiente volvió al Bolshoi. Sin que se advirtiera su presencia, se coló hasta el mismísimo escenario, y recorrió los largos andamios hasta llegar a la buhardilla que había hallado la última vez. Todo estaba intacto, incluso sus huellas de la semana anterior seguían allí, como una herida de polvo en el suelo. Viktor no pudo resistir la tentación y volvió a coger los trajes de baile. Los observó uno a uno, acariciando las suaves telas, absorbiendo cada detalle, cada bordado, creándose en la mente la imagen de la portadora de aquellas obras de arte…

Colocó con cuidado los trajes en el arcón y observó la pequeña estancia. De repente, y sin motivo alguno, un vano pensamiento le asaltó: “pudo ser Ella”. Sin darse cuenta de lo que hacía, comenzó a hablar en susurros paseando por la diminuta buhardilla, diciendo: “¿Estás ahí, puedes oírme?”

Un ligero soplo de aire frío le recorrió la nuca, erizándole el vello. Muy despacio, como en un sueño, se giró. Frente a él se encontraba una joven, de más o menos su edad. Su delicado y hermoso cuerpo contrastaba con la oscuridad del desván, de tan pálido que era. Iba sencillamente vestida con un maillot blanco y una tenue falda de gasa. Llevaba unas gastadísimas zapatillas de puntas, y el pelo recogido en un sencillo moño, que destacaba sus facciones. Porque si había algo que llamase la atención en ella, era su rostro. Unos enormes ojos grises, a juego con su pelo negro, miraban hacia abajo, desviando la atención a su boca; dos simples líneas rojizas en su blanquísima tez. Era una de esas caras que son hermosas en cualquier época, una belleza atemporal.

Viktor, en total estado de shock, sólo fue capaz de reconocer el rostro que ya había visto en sueños. Pasaron horas, pero él seguía observándola, viviendo de su presencia. Ella no dijo nada, se limitó a dar algunos pasos por la buhardilla, y a lanzarle intensas miradas. Sin una palabra, Viktor se decidió a no moverse de allí. Se echó entre las dobleces del viejo telón de terciopelo rojo, que llevaba años acumulando polvo. Justo antes de caer dormido, sintió cómo ella se tumbaba a su lado, y se acurrucaba entre sus brazos.

A la mañana siguiente, cuando despertó entumecido por el frío, ella ya no estaba allí

2 comentarios:

La niña de la boina rosa dijo...

por fin una parte más... gracias! ;)

Cedric Chaotic dijo...

pilaaaR te sigo no sabia qe tenias blog ;)