17 de septiembre de 2013

Por encima del hombro

        Entre las agujas de pino silbaba (hará un mes de esto) el viento. Se recreaba paseando el parque sin prisa por marcharse, revolviéndonos el cabello y de paso las ideas. Diría que los sauces salieron levemente de su ensimismamiento, y a lo lejos los veíamos bailando. Un ritmo ancestral.

Mecía la brisa
a las hojas dormidas,
que se dejan llevar,
llevar,
y volar…

Fue entonces cuando en retrospectiva comprobamos cómo había ido pasando el tiempo desde la última vez que nos asomamos por encima del hombro. Y pensamos en qué nuevo salto queríamos dar. Los bares oscuros ya no nos inquietaban porque se habían convertido en el hogar de nuestras ansias contenidas.

 *     *     *

Aterrorizados, nos percatamos ahora de que durante toda nuestra vida, desde que nacimos, hemos estado ahogando nuestros antiguos recuerdos con el peso de los nuevos. Desesperados por tapar las fugas tratamos de abrir la mente, para lo cual cerramos los ojos (¿nunca nadie se preguntó el porqué?). Y nos parece sentir que es una corriente de brisa desértica, cálida, la que ataca al cúmulo de hojas secas desde la base, y las eleva en un vuelo aleatorio; cascada de ideas borrosas y memorias en cuyas tibias aguas nos calamos y nos dejamos arrastrar, adormecidos.
   
Y después me encontré sola donde estoy, sin saber qué decir. Por no saber qué pensar, por no saber ni sentir… Porque me aterroriza no sentir nada. Darme cuenta de que no siento nada; nada más que el cambio. Preferiría apenarme pero tengo miedo. Miedo al auto desprecio, a no recordar lo importante, a vivir de paso, a no ser trascendente.

No quiero guías de auto-ayuda, quiero amigos que me conozcan. Quiero volar lejos pero en el fondo nunca sola. Quiero que llegue la noche y encontrarte, seas quien seas, estés donde estés.

Quiero además estar allí cuando logres tus sueños. Y volaremos a tu casa, a tu planeta, dormiremos cada día en la copa de un árbol distinto.