6 de abril de 2013

Cinco ideas

1ª. 
Entre parpadeos vislumbro que el juego de luces y sombras es mucho más complejo de lo que parecía en un primer momento, y me pregunto de qué me ha servido el desgarrar, arrancar, echar al agua hirviendo jirones enteros de mi piel tierna y aún cálida, mezclar las sangres y ver cómo la  nube roja se diluye primero como té negro y después se evapora para dejar ese extraño sabor salado en el fondo de la garganta.

2ª. 
Lo más extraño de todo esto es que el dolor, que parecía inherente, no se ha manifestado aún; temo que ande durmiendo por algún rincón del caldero humeante, y que cuando despierte me golpee entre los ojos, y probablemente sea tan brutal que se me empañará la vista y mis pulmones se llenarán de fuego.

3ª. 
Tal vez, me digo, como ahora mismo todo me duele por fuera, no puedo notar lo de dentro, y es verdad que jamás antes se me habría ocurrido probar a escribir con dolor de cabeza, sintiendo la sangre bombear ambas sienes con la presión de martillos hidráulicos y ruido de tambores en el fondo de mis tímpanos, que parecen no tener bastante con The National bullendo en el medio de todo como una nube de pájaros de humo…

4ª. 
O quizá, se me ocurre en un arrebato de sensatez maternal, debería  dejar el tema por hoy y apagar la luz, la música, el ordenador y las velas, no necesariamente por ese orden, para hundirme en las mantas con un libro ligero hecho de helio, que se expanda en ambos hemisferios y a la vez me eleve hasta las fronteras del sueño.

5ª.
Porque al fin y al cabo sólo he escrito cuatro frases (cinco si contamos este epitafio), y saltan dos cosas a la vista: primero, que mis pensamientos no son algo que se solucione experimentando con la migraña, y segundo, que no es cómodo de leer ni gramaticalmente correcto hacer las frases tan largas.


(Yo-Kylä, Katariinan Hautausmaa, oct 2012)