4 de febrero de 2012

Una certeza

Vienen y van, pero nunca vuelven. Así pasan los años para los chicos de la playa. Cada verano los ves, atemporales y estáticos. Agostos de ensueño, dulces despertares al sol, agua de mar en la  comisura de los labios y recuerdos entrecruzados sin orden ni necesidad del mismo. Superpuestos  para formar una idea etérea e irreal que sabe a libertad y juventud.

Pero hoy no es así. En tu nostálgico recorrer de avenidas, un cigarrillo te envenena el alma. Mientras, vas pensando que no fue una buena idea visitar el mar en invierno.

Y sin embargo los ves, cierras los ojos y los puedes ver. Juegan en la arena, corren tras un balón que cada año tiene un color distinto, pero es siempre la misma historia. No crecen. El día que lo hagan te harás viejo de repente, y el tiempo se te echará encima como aguacero de abril. Tienes miedo. Ahora que estás sólo frente al mar huraño de febrero, tienes miedo. Necesitas verlos. Lánguidos, tirados como fichas de dominó por los bancos del paseo marítimo, jugando a las cartas en la arena, saltando como delfines, esquivando espuma del rompeolas como si ardiese en sus pies descalzos.

Necesitas verlos para olvidar que no podrás volver a ser como ellos. Necesitas observarles cada año para enturbiar la certeza del futuro, más próximo con cada ola que el océano vomita.

Porque tienes miedo. Hoy y siempre, frente al mar, tienes miedo.