24 de enero de 2012

Verano del 36

Hoy, releyendo algo de Poeta en Nueva York, no he podido evitar pensar que es una suerte para mí no haber vivido en el mismo tiempo que Lorca.

Porque muy probablemente me habría enamorado de él, y habría terminado abriéndome la cabeza de un tiro en el lado opuesto del muro donde lo fusilaron.

15 de enero de 2012

La única gente que me interesa

      Lejos, muy lejos. Volaron tan lejos como la vista les permitió imaginar. Nadie en su sano juicio se habría atrevido a perseguirles, y sin embargo todos les observaron partir. Envidiosos.

      Allá entre las nubes se perfilaban sus siluetas. Nuestras manos se alzaron en pos de ellos, como si en lugar de despedirnos tratásemos de alcanzar su altura espiritual. Yo al menos lo intentaba.

      Pero ellos no tenían maldad, ni discriminaron nunca a nadie. Y me tendieron la mano, generosos. Y quién sabe si fue mi cobardía o mi apego al suelo lo que me impidió despegar y seguirles en su atemporal periplo por los campos de fresas.

      Sólo sé que ahora, cuando hablo con ellos, lo hago a través de suaves velos de tul; y cuando me abrazan se aferran al pasado. Y cuando cantamos juntos antiguos himnos, ellos surcan las profundidades de sus melodías mientras yo a duras penas logro aguantar la respiración en los solos de guitarra.

     Y sin embargo, allí están siempre. Los imagino sonrientes. “Entonces echaron a bailar…” Pero saben que yo también bailo… a mi manera.



3 de enero de 2012

Recuerdos ficticios III

¿Recuerdas ése encontronazo en la calle?

Aún no nos conocíamos bien. Nos habían presentado meses atrás, pero quiso la mala suerte que no nos volviésemos a ver de nuevo hasta ese momento.

Nunca sabré a dónde ibas o de qué lugar volvías. Yo había salido de casa sin preocupaciones. Y, de súbito, ahí estabas. A pocos metros. Los suficientes para que me reconocieras. Pero no sonreíste, ni yo lo hice tampoco.

Nos mantuvimos la mirada.

Y el suelo comenzó a temblar bajo nuestros pies. Mis manos sudaban. Un vendaval nos rodeó, haciendo girar hojas, paraguas y periódicos. El cielo se tornó negro. Las alarmas de los coches saltaron al unísono. Muchos de ellos explotaron. Los grandes árboles de la avenida se derrumbaron, levantando a su paso y con estruendo pavimento y aceras. Estallaron los cristales de las ventanas, se hundieron los muros de fuerza. Cayeron los tendidos eléctricos, de los que brotaban chispazos. La imagen del desastre reinante se difuminaba con el humo de los incendios que surgieron en cada edificio. Nadie sobrevivió a nuestro alrededor.

Todo se veía rojo, como las extrañas luces que, estáticas, frente a nosotros, nos mantenían inmóviles en nuestro sitio. Estallaron las bocas de riego, vencieron los cimientos de la ciudad. La tormenta eléctrica ocultó el sol.

Sobrecogida, abracé con fuerza las carpetas que mis brazos sostenían. Aún nos mirábamos, paralizados. Todo temblaba.

Sin previo aviso, la luz cambió de rojo a verde. Caminé atemorizada hacia ti.

- Hasta luego

- Hasta luego…

Y me giré para ver cómo desaparecías entre el caos, el humo y los cadáveres.