Cuentan
los ancianos antiguas historias sobre una jauría de perros salvajes. La gente
los teme, son un mal augurio, presagian horrores que jamás causaron. Nunca el
menor daño o lamento a su presencia se atribuyó. Pero oíd esto, porque a su
paso y tras las ventanas, hombres aterrorizados murmullan plegarias de
redención.
Y
es justamente en las noches de cuarto menguante que recorren los páramos a
ritmo constante. Vadean ríos y torrentes, cruzan los valles y montes, sortean
cada impedimento que se ponga por delante. Surcan colinas, saltan cercados. ¡Frenéticos
corren, sin pausa y acalorados! En un fugaz batir de inhiestos músculos y
grisáceas pelambres. Extrañaos, sí. Hacedlo, pues ni en la nieve ni en los
pastos se ha observado huella alguna. ¡Cuentan que sus negros ojos
ahogan la luz de la luna!
Si
ponéis atención, advertiréis que sus jadeos y el ininterrumpido trote es lo único
que se escucha durante las largas noches de vigilia. Mas, ¿por qué motivo nunca
hirieron al ganado, ni atacaron pueblo alguno? Han de ser, en mi opinión, ajenos
al horror que provocan. Pero no temáis, pues ved que por ahora brilla el sol, y
mi historia a su fin aún no toca.
Los
temibles perros surgen de la nada a medianoche, y emprenden su loco trote hasta
el amanecer. Y es entonces, buenas gentes, segundos antes de que el alba raye
los cielos, cuando surge el mito. Escuchad con atención, es difícil de creer.
Según cuentan se
detienen, exhaustos, a descansar. Alzan todos sus cabezas y aúllan al unísono a la luna apenas nítida ya; fundiéndose
sus aullidos en la sombra agonizante. Y, creedme cuando os digo que en el momento en
que cierran sus ojos, se difuminan con el viento, convertidos en polvo de
estrellas.
* * *
Hasta aquí la historia,
amigos, pero permitidme ahora que os narre una verdad. En mi larga vida
itinerante, no recuerdo haberlos visto más que una vez, cuando era muy niña, y nada
temí. Más tarde supe que sólo los niños tienen la capacidad de contemplar a la
horrible jauría sin temblar de pavor. Los demás, pobres desgraciados de
nosotros, hemos de contentarnos con creer que la leyenda es cierta. Tal vez sea
porque se nos enseña a temer a lo salvaje. Pero amigos, quizá la terrible
realidad sea que sólo buscamos motivos para tener miedo.
4 comentarios:
Me encanta :)
Eso es muy cierto... alimentamos nuestros miedos... porque si no... qué haríamos... ah! sí, holgar y ser felices!! Bss
Genial, o casi mejor decir mortal...
Tu relato se mezclaba con sensaciones propias, imágenes robadas de "Sleepy Hollow" y con una pizca del programa Cuarto Milenio de este Domingo que hablaba de Pratdip, el pueblo de los perros vampiro
Simplemente, me encanta
Nunca hay que dejar de mirar como un niño.
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