21 de abril de 2012

Escuchad

¡Escuchad, buenas gentes, la leyenda que hoy os traigo!

      Cuentan los ancianos antiguas historias sobre una jauría de perros salvajes. La gente los teme, son un mal augurio, presagian horrores que jamás causaron. Nunca el menor daño o lamento a su presencia se atribuyó. Pero oíd esto, porque a su paso y tras las ventanas, hombres aterrorizados murmullan plegarias de redención.

      Y es justamente en las noches de cuarto menguante que recorren los páramos a ritmo constante. Vadean ríos y torrentes, cruzan los valles y montes, sortean cada impedimento que se ponga por delante. Surcan colinas, saltan cercados. ¡Frenéticos corren, sin pausa y acalorados! En un fugaz batir de inhiestos músculos y grisáceas pelambres. Extrañaos, sí. Hacedlo, pues ni en la nieve ni en los pastos se ha observado huella alguna. ¡Cuentan que sus negros ojos ahogan la luz de la luna!

      Si ponéis atención, advertiréis que sus jadeos y el ininterrumpido trote es lo único que se escucha durante las largas noches de vigilia. Mas, ¿por qué motivo nunca hirieron al ganado, ni atacaron pueblo alguno? Han de ser, en mi opinión, ajenos al horror que provocan. Pero no temáis, pues ved que por ahora brilla el sol, y mi historia a su fin aún no toca.

       Los temibles perros surgen de la nada a medianoche, y emprenden su loco trote hasta el amanecer. Y es entonces, buenas gentes, segundos antes de que el alba raye los cielos, cuando surge el mito. Escuchad con atención, es difícil de creer.

      Según cuentan se detienen, exhaustos, a descansar. Alzan todos sus cabezas y aúllan al unísono a la luna apenas nítida ya; fundiéndose sus aullidos en la sombra agonizante. Y, creedme cuando os digo que en el momento en que cierran sus ojos, se difuminan con el viento, convertidos en polvo de estrellas.

     *  *  *

      Hasta aquí la historia, amigos, pero permitidme ahora que os narre una verdad. En mi larga vida itinerante, no recuerdo haberlos visto más que una vez, cuando era muy niña, y nada temí. Más tarde supe que sólo los niños tienen la capacidad de contemplar a la horrible jauría sin temblar de pavor. Los demás, pobres desgraciados de nosotros, hemos de contentarnos con creer que la leyenda es cierta. Tal vez sea porque se nos enseña a temer a lo salvaje. Pero amigos, quizá la terrible realidad sea que sólo buscamos motivos para tener miedo.

4 comentarios:

'P. Lavilha dijo...

Me encanta :)

MariCari dijo...

Eso es muy cierto... alimentamos nuestros miedos... porque si no... qué haríamos... ah! sí, holgar y ser felices!! Bss

Batspilberg dijo...

Genial, o casi mejor decir mortal...

Tu relato se mezclaba con sensaciones propias, imágenes robadas de "Sleepy Hollow" y con una pizca del programa Cuarto Milenio de este Domingo que hablaba de Pratdip, el pueblo de los perros vampiro

Simplemente, me encanta

Sergio DS dijo...

Nunca hay que dejar de mirar como un niño.