14 de febrero de 2011

Cuadro

(Silencio. La habitación en penumbra. Persianas a medio bajar, cristales rotos. A la derecha, una puerta entreabierta, un pasillo que da al exterior. Una figura encogida tiembla en el suelo en una esquina de la sala. Una mujer. Otra figura, esta vez de hombre. Eres tú. La observas impávido unos metros más lejos. Silencio.)

- Déjame

(Te alejas, despacio. Ella permanece tendida sobre el suelo. Respira con dificultad. Los cortes de sus brazos, la sangre en el suelo. La pitera abierta en la cabeza. Su sangre. Su sangre manchándole el pelo, la ropa, su sangre en tus manos, a tus pies. Tragas saliva. Sabe a sangre.
Das un paso en pos de ella.)

- Vamos, te ayudo a levantarte.
- ¡No! Puedo yo sola. (un estertor. Una tos, más sangre en el suelo. Un susurro) Fuera.

(Trabajosamente, un débil brazo magullado y pálido se empieza a mover. Le sigue el otro. Ambas manos apoyadas en el suelo, por delante de su cabeza. Los tendones se tensan, sus músculos se contraen con esfuerzo. Lentamente, muy poco a poco, se incorpora. A medio camino descansa unos segundos. Ahora, alza la mirada hacia ti. Intuyes sus ojos entre los largos mechones de pelo, sanguinolentos, llenos de polvo. Ojos de odio, de rencor, saturados de sangre.

Sin apartar la vista, termina de incorporarse.)

- Fuera. (La miras, inmóvil. Tiene un labio partido) ¡He dicho que LARGO!

(Un rugido de leona herida. Mejor será obedecer.
Te giras, y andas hacia la puerta. Antes de salir, oyes sus sollozos a tu espalda.
Y echas a andar.)

(Oscuro.
Y baja el telón.
Aplausos.
Cuentas: un, dos, tres, cuatro, cinco, y sales. Ella te espera de pie. Le tomas la mano. Se alza el telón, sonreís, reverencia…
Y aplausos,
aplausos,
aplausos…)