26 de junio de 2010

Tarde de Estudio (parte II)

Tras algunas pesquisas familiares, me enteré de que un tío segundo de mi madre que al parecer vive en Madrid es historiador económico (hay gente para todo).

¡Benditas Páginas Amarillas! Al teléfono me contestó un señor muy viejito, con la voz gastada, que hablaba muy suave:

- ¿Diga?
- Hola, buenas tardes, ¿el señor Ignacio Cornalte?
- Sí, soy yo, ¿quién habla?
- Me llamo Pilar Campano, soy Cornalte por parte de abuela materna, de María del Carmen, usted ya la conoce… el caso es que usted es tío bisabuelo mío, y es un placer conocerle.
- Eh… Igualmente, joven, ¿y a qué se debía tu llamada, si puedo saberlo? – su voz no denotaba enfado o molestia en absoluto; más bien parecía divertido por la situación.

- Sí, verá. Lo llamaba porque me he enterado de que usted era historiador económico, y tenía algunas dudas acerca de cierta persona…
- ¡Vaya, hacía años que no tenía público a quien contar batallitas! ¿Qué dudas tienes, hija mía?-me imaginé al pobre hombre contando aburridísimos datos históricos a sus nietos, que huirían a la menor ocasión… parecía en verdad entusiasmado, y eso no pudo más que darme alas:

- Se trata de algo que he leído por ahí… al parecer hubo un antiguo economista. Bueno, en realidad en esa época no se le podría considerar exactamente un economista, pero leí que sus ideas y sus teorías sacaron imperios de la bancarrota… -me detuve, dubitativa. ¿Y si era imaginación del editor? ¿O si no había datos acerca de nada y era una mera suposición?

- Sí, continúa, ¡esto es de lo más interesante! -La suave voz del ancianito me urgió a seguir.- ¿De qué época estamos hablando?
- Pues… del Medievo, no he encontrado una fecha exacta… - silencio absoluto al otro lado- … ¿Hola… Ignacio?

- ¿Me estás diciendo que has leído algo sobre un economista medieval…? – Ahora su tono era totalmente solemne, parecía incluso atemorizado. He de reconocer que me asustó un poco. Hablé muy despacio.

- Eeh… sí, bueno, su obra estaba fechada hacia el siglo VII…-me interrumpió bruscamente

- ¿¡Eran libros prohibidos!? – al momento pareció arrepentirse de esto último – quiero decir, esto… ¿dónde has leído eso, chica, en el ordenador, o…?

- En un libro –decidí no dar más explicaciones.- El hombre se llamaba Carvech Fhörm, Carvech con uve, y diéresis en la o de Fhörm, también con hache intercalada. ¿Le suena? – Por segunda vez, no obtuve respuesta. Me imaginé a mi interlocutor sin habla, una mano tapando el auricular, la boca entreabierta y en completo silencio, mirando al infinito desde un cómodo sillón en la penumbra de un despacho antiguo... Me empezó a entrar bastante mal rollo. - ¿Ignacio… sigue usted ahí?

- Sí… -parecía otro. Su voz sonaba desorientada- ¿Qué más sabes de esto que me estás contando?
-Pues… no mucho. Eso que usted ha dicho, que no se conserva nada de su obra, porque la catalogaron de libros prohibidos, y que hay gente investigándolo sin mucho éxito… Si me da un segundo, le leo lo que he encontrado. –No contestó. Decidí interpretarlo como un sí, y volé a mi habitación a por el libro de economía. A los pocos segundos ya estaba otra vez al teléfono, moviendo a toda velocidad las páginas, hasta llegar al tema 3, página 97.
No había nada. Nada de nada. Un recuadro sobre tipos de empresa, otro acerca de los inversores extranjeros, y nada más. Rebusqué histérica por el tema, por el anterior, por el siguiente, por todo el libro… Nada. Nada en absoluto.

- ¿Ya lo has traído, niña? –Me lo decía con urgencia, parecía que había recobrado un poco la compostura. Quizá hubiese echado un traguito reparador. Debió de notar mi silencio atónito. – ¿ocurre algo? ¿Eh, niña… (cómo te llamabas…), Pilar, dime, qué sucede? –tuve que coger aire, aún seguía mirando el libro como si fuese un pequeño monstruo asentado en mis rodillas.

- No se lo va usted a creer…
- Ya no hay nada de lo que habías leído, ¿no es eso?

Me quedé definitivamente sin habla.

- No te asustes… demasiado –dijo él.- Te contaré mi teoría si juras no hablar de esto a nadie. ¿Lo prometes? – yo seguía muda, así que, soltando un suspiro, él comenzó a hablar:
(continuará)

17 de junio de 2010

Libertad


Hace media hora el mundo se ha parado. Hasta mañana por la mañana no volverá a trazar sus órbitas alrededor del sol. Todo es silencio, un silencio extraño y tenso; un silencio en el que miles de mentes interconectadas configuran una única pregunta: ¿y ahora, qué?

Llegados a la cima de esta montaña rusa, contemplamos lo pequeño que se ve todo. La noria a lo lejos, luces de colores vibrantes, personas como hormigas inmóviles allá abajo, y estamos tan altos que ni el sonido nos alcanza, todo es irreal.
Con la mirada trazamos lentamente la bajada cuasi vertical que nos espera. No sabemos qué pasará cuando la tierra vuelva a girar y avancemos un eslabón más en el carril. Estamos nerviosos.

Dirigimos otra vez la vista abajo, a la empinadísima pendiente, y sentimos cómo nuestro estómago se llena de mariposas. Es el vértigo, vértigo en el estómago… perfecto para una caída vertiginosa.

De pronto… ¡nos movemos! Lentamente avanzamos hacia el filo de la atracción de feria. Cinco centímetros nos separan de la caída al vacío. Nos miramos unos a otros, nerviosos, radiantes, llenos de vida. Cuatro centímetros. Nos empinamos un poco y miramos al abismo. Empezamos a saborear la velocidad que vamos a alcanzar. Tres centímetros.

Hacemos planes para la bajada. ¿Agarrarse fuerte? ¿Dejarse llevar?

Dos centímetros.

Prácticamente estamos verticales, no nos hace falta incorporarnos para ver el suelo… allá a lo lejos, muy lejos, tan lejos...

Un centímetro.

Sensación de ingravidez, y…

¡GRITAMOS!


Abrumadora sensación de libertad, vertiginoso descenso, sentir que ahora sólo tenemos la obligación de divertirnos, la justa recompensa a una subida tan dura…




Os deseo un feliz descenso este verano :)

11 de junio de 2010

Tarde de Estudio (parte I)

Lo siento.

De verdad. De verdad de la buena. No escribo porque ahora estoy estudiando. Tengo saturación mental y con tanta química, filosofía y economía, mis ideas son artificiales y precocinadas. Es muy fácil hacerlo fácil, hacerlo sensacionalista.

Lo único que se me ocurre por el momento es hablar sobre lo que me pasó ayer mientras estudiaba economía. Resulta ser que a lo largo de la historia se han hecho diversas teorías acerca del funcionamiento de la empresa, y que tengo que aprendérmelas todas. En esas apasionantes lides estaba yo inmersa cuando algo en el libro de texto llamó mi atención.

Probablemente sepáis de qué hablo. Es uno de esos pequeños cuadros malditos, en el margen de las páginas de los libros. Hay por ahí una Ley de Murphy sobre ellos, que viene a decir que “cuando te dicen que te los aprendas, se te olvidará estudiarlos; si no entran, los leerás por encima y será lo que mejor te sepas de todo”.

Pues bien, el cuadrito en cuestión no tenía señal alguna, ni de “entra” ni de “no entra” (como inciso, recalco que yo siempre los tacho si no entran, me da así como gustito). No recordaba para nada haber visto el cuadrito cuando me tocó estudiar el tema 3. Obviamente, lo leí:

La teoría Económica de Carvech Fhörmn:
Poco o nada se sabe acerca de éste pensador medieval anglosajón. Su obra se perdió, por ser clasificada como libros prohibidos en el siglo VII. La historia cuenta que su política económica salvó imperios de la ruina, y los hizo prosperar. Numerosos investigadores y economistas tratan aún hoy de hallar algún vestigio de su obra, sobre la cual, dicen, se asientan las bases del progreso económico global. Por ser un “economista” tan temprano, y por la poca información disponible de él, C. Fhörmn no se estudia en los temarios de economía.


Vaya...

Después de leer eso, obviamente, poco o nada pude concentrarme ayer por la tarde. Visto lo cual, decidí que sería mucho más interesante investigar un poco sobre ese señor. Ni que decir tiene que no había nada en internet...

(continuará)