25 de marzo de 2010

Reset

Y todo vuelve a empezar.
Otra vez.
Empiezas a andar tranquilamente. Hoy es un buen día, y todo va a salirte bien. No hace ni frio ni calor, hay poca gente en la calle y ni una nube en el cielo; pocos coches, como a ti te gusta. Algo vibrante suena en los cascos que llevas en los oídos, y estás en tu momento videoclip. Sólo el sentido común te impide ponerte a cantar, moviéndote al ritmo de la música mientras caminas.
Lo dicho, un Buen Día.

Por placer, sin buscar provocación, miras a las chicas que van pasando por tu lado. Van de compras, charlan, caminan deprisa, hablan por el móvil, ríen.

Justo entonces te fijas en una que acaba de salir de una tienda, y echa a andar unos pasos por delante de ti. Ya no sabes qué canción suena en los cascos. Viste unos tejanos, deportivas, y una camiseta roja que le queda genial. Lleva coleta, no está maquillada, ni adornada con pulseras, pendientes ni chismes. Sólo unas gafas de sol colgando de la camiseta. La chica es realmente guapa, y muy elegante, a pesar de la ropa que lleva. Te gustan las chicas así.

Saca un mp3, y como tú, se pone unos cascos XL para evadirse. Tu curiosidad empieza a ser considerable.

Llegáis a un paso de cebra, y casi no te has dado cuenta. Os paráis. Estás a un paso de ella, y ves que en la lista de música de su mp3 hay un montón de canciones que te encantan. La chica se ha dado cuenta de que la estás mirando, y te echa una ojeada rápida de inspección rutinaria. Te quedas helado. Pero algo en ti le ha hecho detener su inspección. La chica mira el libro que llevas en la mano. Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez. Te mira a los ojos,
- “Ese libro es genial”
- “Gracias”
Ella te sonríe divertida, y echa a andar. El semáforo se ha puesto en verde.

“¿Gracias?, ¡¿Gracias?! ¡Si es que soy gilipollas!” piensas. Aún no se te ha bajado el calor de la cara. Seguro que estás rojo como un tomate.

Ves a la chica misteriosa de la música guay y amante de García Márquez alejarse por la calle.
“Qué desastre.”

- Ciertamente.

¿Quién ha dicho eso?
A tu izquierda hay un hombre de edad indefinida. Tiene un aspecto totalmente normal, el pelo ni muy largo ni muy corto, ropa de calle casual y discreta; las pintas del que no quiere llamar la atención. Te está mirando con una media sonrisa entre comprensiva y compasiva.

- A veces, nos gustaría volver a vivir los momentos pasados, para hacerlos mejor, ¿verdad?
Estás sorprendido, pero, qué diablos, tu cara debe ser un cuadro, y es lógico que el desconocido se halla dado cuenta de todo.
- Pues sí, a veces lo deseo de verdad…
- Pues creo que sé cómo ayudarte. ¿Ves ese cartel de ahí?

Te señala un cartel pegado en un muro cercano. Es del concierto que un grupo de música folk va a dar en una sala bastante conocida de la ciudad, la Sala Reset. Es un cartel muy llamativo, y en primer plano destaca el símbolo de la sala de conciertos, un botón rojo en el que se lee claramente “RESET”, reinicio.
Cuando te giras de nuevo hacia el hombre, no lo encuentras por ninguna parte.

Vuelves la vista al cartel. Está a sólo unos metros de ti. Te acercas para verlo mejor, y caes en la cuenta de algo realmente extraño. El botón rojo es de verdad. Debajo está el eslogan de la sala de conciertos: “¿Quieres repetir?”

Sin pensar muy bien en lo que haces, pulsas el botón.

- - -

Y todo vuelve a empezar.
Otra vez.
Empiezas a andar tranquilamente. Hoy es un buen día, y todo va a salirte bien. No hace ni frio ni calor, hay poca gente en la calle y ni una nube en el cielo; pocos coches, como a ti te gusta. Algo vibrante suena en los cascos que llevas en los oídos, y estás en tu momento videoclip. Sólo el sentido común te impide ponerte a cantar, moviéndote al ritmo de la música mientras caminas.
Lo dicho, un Buen Día.

18 de marzo de 2010

Una tarde de Verano


El otro día pasó algo realmente extraño. Algo singular, difícil de creer.
Eran las cuatro de la tarde. Estábamos tomando el sol alrededor de la piscina, en calma total. No teníamos nada más que hacer que sentir cómo los rayos dorados nos tostaban la piel poco a poco.

Pero entonces, una nubecilla estúpida e impertinente vino a taparnos el sol. Como suele pasar, en unos segundos nuestros cuerpos estaban fríos y mustios. Bastante molestos increpamos a la nube: “¡Eh, tú, nubecita tonta! Quieres pelea, ¿no es eso? Si vas a fastidiar no seas cobarde, ¡baja si te atreves!”

Como si nos hubiera oído, empezó la nube a hincharse más y máaas… No, espera… ¡Estaba bajando! Descendía lentamente, como colgada de una polea. Vimos que en realidad no era tan grande, tenía el tamaño de un utilitario. Pero en cambio era blanca, fresca y esponjosa, como la lana de un borreguito.

Cuando estuvo a medio metro sobre la piscina, se dejó caer en bomba al agua, salpicando enormemente, y dejándonos a todos como una sopa, a la par que bastante sorprendidos. Ella quedó flotando tan tranquila, en medio de la piscina.

No recuerdo quién… pero uno de nosotros, al estar empapado, consideró que ya daba igual, y saltó sobre la nube.

Rebotó en ella, resbaló, y cayó al agua entre carcajadas.

Por supuesto, todos nos sumamos a este juego tan divertido. Buceamos por debajo, botábamos sobre ella, la arrastrábamos por la piscina. Ella se dejaba llevar a la deriva; ahora se hundía, luego emergía como un ballenato juguetón y nos salpicaba... Nuestras risas, los ruidos de los salpicones del agua y los gritos de los juegos llenaban el silencio de la calurosa tarde.

Pasó mucho rato, y, exhaustos, nos sentamos en el bordillo. Jugamos a pasarnos la nube como si fuese un barquito, y a hacerle cosquillas con los pies. La nubecilla se reía y nos tiraba bolitas de granizo…

Luego, el Sol empezó a esconderse tras el horizonte. La nube, que se dio cuenta, se quedó muy quieta un segundo. De pronto, salió del agua, y se sacudió como un perrito, salpicándonos de nuevo. Flotó unos instantes sobre nosotros, y gritó “¡Papá!” al sol. Acto seguido, echó a volar tras él. La vimos partir y perderse de vista entre sus hermanas.

10 de marzo de 2010

Alguien dijo una vez:

Ideario:
No esperes a las ideas brillantes. Deja que te sorprendan dulcemente, o de forma estrepitosa e inesperada. No pretendas lograr algo espléndido con una mente seca. La paciencia da siempre sus frutos. Madura tus ideas, mímalas, dales forma en la mente. Sólo entonces estarán listas para salir del cascarón, y deslumbrar al mundo.

6 de marzo de 2010

Tardes Grises


Tardes grises. La luz llena la habitación hasta la mitad. El humo de los coches asciende hasta las nubes, que dejan entrever un cielo níveo y frío, perlado, opaco, tras el que quizá se oculte el sol.

Llovizna. Paraguas en las avenidas. Ropas abrigadas y oscuras, manos frías. Ánimos fríos. Luz de tarde, sombras grises, edificios parduzcos, aburridos, tirados por las calles.
En el horizonte hay grúas azules. El río está quieto. Es del mismo color que el cielo.

El asfalto húmedo resuena con algunos tacones y muchos coches, que tímidamente aportan el color al cuadro de la tarde.

Los jóvenes estudian, y observan tras los cristales de sus ventanas.

¿Saldrán más tarde? Quizá de noche, cuando no haya luz… Hoy la luz desde luego no acompaña.